emilio scottto

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marcosbehrens
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emilio scottto

Mensaje por marcosbehrens »

Emilio Scotto creció en Argentina, en una familia en la que solo había dinero para 15 de los 30 días del mes. Su mamá, una secretaria, los crio a él y a su hermana menor. Ella sola. A los 15 años, Emilio empezó a limpiar pisos y a vender ropa, y a acariciar su sueño de ser viajero.

Sus amigos lo tildaban de irresponsable. Le pedían que se enfocara en la medicina o la ingeniería. Pero darle la vuelta al mundo era lo suyo. Y eso que había declinado su pretensión de ir a la Luna.

Entrados los 80, siendo visitador médico de laboratorios Pfizer, se enamoró a primera vista. Tenía 25 años. “Aparecía en una foto grande, negra y con filetes dorados. Arriba decía ‘El mundo es suyo en dos ruedas’ ”, recuerda hoy, a los 59 años. Era la Honda Goldwing 1.100, una motocicleta de alta gama.

“Un día, el dueño del concesionario me hizo subir en ella y logré convencerlo. En un año pagaría 16.000 dólares por la moto y 10.000 de intereses”, relata.

Reunió 600 dólares, firmó y arrancó sin saber manejarla. Al tercer cobro se convenció de que sería imposible cubrir la deuda. Y apareció su suerte. Se disparó el dólar y, como él cobraba en dólares, la cuota le quedó costando el equivalente a un paquete de cigarrillos.

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El 2 de septiembre de 1984, Emilio sintió que era la hora de partir. Con su moto lista, bautizada años más adelante por un periodista estadounidense como la ‘Princesa negra’, el 14 de enero a las 6 de la mañana inició su aventura. Cargó ropa de invierno, de verano, muchos pares de medias, platos, agujas, botones, trajes, corbatas y 300 dólares en el bolsillo. Todo un primíparo.

Comenzó por Brasil. En Río de Janeiro le robaron todo. “Me quedó la lección de que este es el mundo y van a pasar cosas así”, señala. Subió hasta el Amazonas y para pasar a Venezuela convenció a unos buscadores de oro que iban en un pequeño barco.

La gente lo adoptó en sus casas y hasta le regalaban la gasolina. Entró a Colombia por Cúcuta. Conoció Bucaramanga, Paipa y Sogamoso, donde el torero ‘Pepe’ Cáceres le regaló una oreja. Estuvo en Bogotá y en Medellín antes de ir a Cartagena.

Como el tapón del Darién le impedía su paso a Panamá; un avión de hélice que llevaba correo le abrió la posibilidad. “Así llegué a Centroamérica, donde descubrí la guerra”, dice. Cruzó Panamá, El Salvador y Nicaragua. Y en México lo sacudió el terremoto del 85.

En EE. UU. –donde ha vivido varios años– recibió cinco infracciones por exceder el límite de velocidad en California. Sus historias de la guerra, la política y la religión con su firma aparecieron en publicaciones latinas.

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Un avión carguero le dio el salto a Europa en su segundo año de viaje. Emilio y su moto aterrizaron en Berlín. No tenía dinero, pero sí una marca reconocible: ser argentino. Diego Maradona era el ‘rey’ en Nápoles. Allí, todos sabían dónde estaba la casa del ‘10’. “Toqué el timbre y no estaba, solo su esposa. Al rato llegó y me dijo que me iba a ayudar a buscar hospedaje, pero se tenía que ir porque iba a recibir el Balón de Oro”, recuerda Emilio.

Tras un par de horas, el chofer del Diego lo llevó a un hotel cinco estrellas y le pagó tres noches. “Le dije que mejor me llevara a uno más barato. Ahí resulté en una pensión de estudiantes y me quedé un mes”, señala.

Otra idea loca lo llevó de vuelta a Alemania: quería cruzar la Cortina de Hierro. “Decidí acercarme al puesto en el Muro de Berlín. Les pregunté a los soldados si podía cruzar, les mostré el pasaporte y me dijeron que sí”. En un hecho insólito, lo dejaron pasar. Unos pasos adelante, lo arrestaron.

Después de Polonia, Hungría, Rumania, Bulgaria y Yugoslavia, volvió a Italia a buscar del papa Juan Pablo II, a quien le había enviado una carta de paz.

Buscó al embajador argentino ante la Santa Sede para pedirle porque quería reunirse con el sumo pontífice. Una semana después fue invitado –asegura Scotto–. Y recibió la bendición para dar el siguiente salto: África.

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Poco a poco, las empresas empezaron a creer en su aventura. El Sahara le abrió la puerta de África. Pasaron 18 días antes de caer en el fuego cruzado de las guerras del Congo, Liberia y Somalia. Sobrevivió a la malaria, pero por poco muere en una tormenta en el mar Rojo, a bordo de un barco somalí. En dos años y un día, cerró ese capítulo, con 55 países.

Escapó de la tormenta y fue a los Emiratos Árabes Unidos. “En esa época era muy distinto a lo que es hoy. No había Red Bull, no había Maradona, no había Mundial”, dice.

La gran barrera era la religión, pues no era musulmán. Conoció a un imán, un hombre santo, y aceptó el islam. Así pudo viajar por Kuwait, Catar y Arabia Saudí. Llegó a Libia como un héroe. Estadio lleno, vuelta olímpica. Y al final, un regalo de 500 dólares del fallecido líder Muamar Gadafi.

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Habían pasado cinco años y Emilio no olvidaba el beso de despedida que le dio a su novia, Mónica Pino, en el 85. Ella nunca lo dejó. La llamó y le pidió matrimonio. Se casaron en la India y de ahí siguieron juntos rumbo a Australia. Un accidente los volvía a separar por unos años. La ‘Princesa negra’ fue impactada por un avestruz y Mónica sufrió una grave lesión en la pierna que la obligó a volver a casa.

“Ahí empecé un viaje por una zona desconocida para muchos: la Melanesia, la Polinesia y la Micronesia”, dice Emilio. En un año y siete meses recorrió un paraíso de islas microscópicas como Kiribati, Tonga, Tuvalu, Rarotonga, islas Salomón, Morea y Bora Bora. Todo, con ayuda de avioncitos de hélice y barcos.

En el 92, cuando regresó a Estados Unidos, con un zigzag de continente en continente había completado casi una vuelta al mundo. Pasaron siete años para reencontrarse con esas carreteras de California inolvidables por la deuda en multas que le habían traído.

“Me di cuenta de que me faltaban muchos países. China, Mongolia, la Unión Soviética”, añade Emilio. Y en Los Ángeles comenzó la segunda etapa de su viaje. Hawái, Filipinas, Hong Kong, Corea y Japón. Este último, el país donde habían fabricado su ‘Princesa negra’.

Seguía el gigante: China. Ante la negativa del gobierno de dejarlo entrar, una ‘trampa’ con una línea aérea lo puso en tierra china, aunque sin mucha suerte: le expropiaron la moto. “Al final deciden dejarme viajar en moto por todo el país –celebra Scotto–. Eso hasta salió en el Washington Post”.

Como si algo faltara, presenció la caída de la Unión Soviética. Luego rodó por Kazajistán, Uzbekistán, para llegar después a la capital rusa, con el frío de diciembre.

Le faltaba acercarse a los polos y se aventuró desde Alemania a moverse en un barco por Islandia y Groenlandia. Allí, la nieve hacía imposible el despliegue de la ‘Princesa negra’, pero encontró remolque con perros.
Luego lo acogió el calor del Caribe. Llegó a La Habana en el 94, y de ahí recorrió las 27 islas del Caribe: Guadalupe, Martinica, Curazao, Trinidad y Tobago…

Pasaron 10 años cuando, a bordo de un barco, a las 10 de la noche, reconoció las luces de la bahía de Cartagena. Estaba de regreso a su continente. “Sonó la sirena y me puse a llorar. Ahí me di cuenta de que había triunfado”.
A finales del 94 y en la Heroica lo saludaban viejos amigos que había dejado.

“De ahí arranqué a los últimos países que me faltaba conocer. Voy a Ecuador, paso por Galápagos, luego a Perú, y Chile se convierte en el país 280”, celebra.

El 2 de abril del 95, Emilio entró por la avenida 9 de Julio de Buenos Aires, acompañado de 400 motos. Su ‘Princesa negra’ llevaba banderas de los países recorridos y mil historias.

El sueño se había cumplido. La ‘Princesa negra’ fue a descansar unos años a un museo en España. Emilio se reunió en Londres con la gente del Guinness y en 1997 entró en la historia por haber hecho el viaje más largo en moto.

Publicó su libro The longest ride, da conferencias por el mundo y no se despega de su esposa Mónica. “Decidimos no tener hijos ni perros ni plantas. Lo que sí tenemos son maletas para partir”, afirma.

Hace tres años volvió por carretera desde Estados Unidos a Argentina y creó su empresa, Emilio Scotto World Tours, con la que ofrece viajes exóticos en moto y 4 x 4. “Todos los años hago China en junio, Marruecos en octubre y noviembre; Kenia, Tanzania y la isla de Zanzíbar en agosto y febrero, porque es la migración de los animales en parques nacionales. En abril hago Estados Unidos, la costa oeste. Ahora estoy implementando Turquía, República Checa, Hungría, Rumania y Nepal”, explica.
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